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La otra mirada. 

Por: Leticia del Rocío Hernández.

¿Cuántas miradas guardamos en la memoria? ¿Quién no recuerda aquella mirada que por vez primera nos animó a dedicar una canción o a robarle acordes a una guitarra? ¿Cómo olvidar aquella mirada de amor y dulzura con la que nos abrazaba la abuela, o la mirada amorosa, perspicaz y vigilante de la madre?

También hay miradas que, supongo, permanecen algún tiempo en nuestro recuerdo, esas miradas llenas de desdén y desamor, que marcaron o bien un final definitivo o un ultimátum decidido. 

Miradas de hielo, la de quien una vez amó y después decidió olvidar. 

Miradas que desaprueban la conducta, la pregunta, la llegada. 

Miradas cansadas, tristes, desoladas ante el adiós definitivo, o bien, la posibilidad lejana. 

Y también hay miradas indiferentes ante la necesidad y la pena, ante el dolor y la congoja. Estas miradas se acercan mucho, a veces tanto, a las miradas de discriminación, juicio, estigmatización y desprecio. Desprecio por la vida.

Desprecio por la vida de la persona convaleciente que dentro de una institución hospitalaria requiere trasladarse con apoyo, de la persona con discapacidad motriz y/o intelectual que intenta recoger algo del suelo, de la mujer de avanzada edad que hace la parada, una vez más, a un taxi vacío que, una vez más, pasa de largo; del hombre con discapacidad auditiva que gesticula al comunicarse y que intenta hacerse entender en un restaurante; del niño con Síndrome de Down que expresa, con sonidos guturales, porque no logra hacerlo de otra manera con sus labios, el gusto y emoción que le provoca ver a una persona querida; juicio y estigmatización de la persona con depresión severa que de alguna forma salió de su casa a recoger una paquetería, o algún mandado, y de la mamá que el espacio público no sabe cómo hacer que su hijo o hija se levante del suelo tras el berrinche número no se acuerda cuál; discriminación y juicio de la persona que a nuestro lado en el transporte público viaja con la ropa sucia y arrugada, y desde una posición de inequívoca superioridad moral se califica de sucia e incluso repugnante tal escena, sin saber si esa persona viene de reconocer el cuerpo de un familiar muerto, de cuidar a un hijo enfermo o de escapar de una situación de riesgo. O quizá es que el dinero no alcanza ni para el agua, ni el gas, tan solo para presentarse a trabajar y ganar lo que se pueda para comer también lo que se pueda… 

Esas miradas que se dirigen a todas esas personas también quedan grabadas en la memoria, y a veces se impregnan en los poros de su piel. A algunas personas que reciben esas miradas, les provoca asfixia, a unas más les provocará vergüenza, impotencia y quizá tristeza, y seguramente a ninguna de ellas le provoca felicidad. ¿Qué derecho tenemos de hacer sentir mal a otra persona que únicamente esta existiendo de la mejor manera posible, o de la única forma que conoce? 

En el año 2019 tuve la oportunidad de participar en el Conversatorio La Agenda de los Derechos Humanos de las Personas con Discapacidad en 2019, organizado por la Comisión Nacional de Derechos Humanos, y ahí compartí la reflexión que la vida me ha dejado como enseñanza: en todas las familias hay una persona que tal vez necesita más apoyo que el resto, quizá con discapacidad o, como bien dicen en España, con diversidad funcional. Lo que es seguro, es que la vida nos puede sorprender, y un buen día dejar de hablar y caminar, como le sucedió a mi madre después de un accidente, o bien recibir en tus brazos a tu hijo recién nacido con el diagnóstico de Trisomía 21 asomándose por la comisura de sus ojos, como me sucedió a mí. Tal vez esa sea la razón por la que un famoso meme que por ahí aparece de vez en vez, a mí no me cause risa: «Normalicen empujar a las personas que caminan despacio», y seguido de estas palabras, se pueden ver cientos de reacciones y leer montón de mensajes aplaudiendo la iniciativa. Que porque se hizo tarde, que la hora de la comida, que el jefe nunca entiende que el metro lleva retraso, que si esto, que si aquello…  Lo novedoso es que esas personas que caminan despacio no solo tienen derecho a hacerlo, sino que tienen derecho a existir caminando despacio. O en la forma que quieran o puedan hacerlo. ¿Por qué mejor no normalizar el tratar a las personas como… personas? 

No hace falta ser un super héroe de todas las historias, tan solo se necesita dejar de ser el villano de cualquier historia; hoy, mañana y pasado también: todos los días cuentan. 

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