Por: Leticia del Rocío Hernández
Hace diez años, inspirada por el trabajo realizado por Mayra Rojas (Infancia Común, A.C.), un proyecto saltó de un salón de clases a una transmisión vía streaming: Rostros de la Trata. Este proyecto de comunicación tiene como objetivo acercar al mayor número de personas posibles el trabajo (e información) de la sociedad civil organizada para prevenir el delito de trata de personas, e inició de la mano de mujeres que desde sus trincheras han contribuido generosamente en la construcción de una sociedad mejor: Albania González y Diana Correa. Especial mención merece Ale JC, cuyo entusiasmo y dedicación «tras bambalinas» dejó plasmados en cada una de las muchas transmisiones del programa en sus tres formatos: televisión por internet, radio por internet en colaboración con Acústica Radio y participación en un programa de amplitud modulada en colaboración con Radio IMER.
En aquellos años, tanto en los programas como en artículos de mi autoría y en distintas conferencias en las que tuve la oportunidad de participar, mencioné la importancia de multiplicar esfuerzos para prevenir este delito, de lo necesario que resultaba incrementar el recurso destinado no solo a la prevención, sino también a la atención de las víctimas, haciendo énfasis que en la medida en que nos enfocáramos en desmontar creencias, estereotipos y estigmas, en esa medida podríamos acercarnos a la construcción de una mejor sociedad, donde los lazos resulten tan fuertes y sólidos, que el crimen organizado y redes de trata y explotación tengan cada vez más difícil la entrada. Incluso en un artículo publicado en un blog personal, reflexioné sobre la urgente necesidad de una legislación y políticas públicas que mandaran un mensaje claro de no impunidad… o de lo contrario, llegaría el día en que atestiguaríamos la regulación de distintas modalidades de la trata de persona. Y me gustaría estar equivocada al decir que ese día, desafortunadamente, llegó. Y lo podemos ver en la normalización con que se recibe la noticia del nacimiento de un bebé por gestación subrogada y la constante mención de perfiles de distintas redes sociales donde el OF (only fans por sus siglas en inglés) es motivo de orgullo.
Y una pregunta se presenta de manera obligada: ¿Por qué es importante hablar sobre la trata? Las razones son varias: la primera de ellas es el número tan alto de víctimas, toda vez que es un delito que se estima que afecta a 21 millones de personas en el mundo (según cifras de la Organización Internacional del Trabajo), y que afecta por igual a mujeres, niñas, niños, hombres y adolescentes. Es un delito del que podríamos ser víctimas tú, una amistad mía, tu vecina, yo misma. Otra razón importante es porque mientras haya una persona en situación de vulnerabilidad, existe una potencial víctima de trata en sus distintas modalidades.
Antes de continuar, quiero distinguir términos, porque no es lo mismo decir trata de personas (trafficking in persons en inglés), que tráfico de personas (cuya acepción en inglés es human trafficking), y tampoco será lo mismo referirse al delito de trata de personas con la expresión de trata de blancas: el tráfico de personas hace referencia a la facilitación de la entrada de una persona a otra sin los documentos que acrediten la entrada y estancia legal; y el anacrónico término de trata de blancas se comenzó a utilizar a finales del siglo XIX y principios del siglo XX, para referirse al fenómeno de traslado, comercio y explotación sexual de mujeres blancas, originarias de Norteamérica o Europa, utilizadas para tales fines en distintos países de Asia, África o Europa del Este. ¿Solo sucedía con mujeres blancas? No, pero durante siglos, el traslado, comercio y explotación de mujeres no blancas, extraídas de sus lugares de origen para ser utilizadas como esclavas, servidumbre y objetos sexuales, estuvo totalmente normalizado.
Fue en el año 2000 que se define el término de trata de personas, con la adopción del instrumento jurídico internacional conocido como Protocolo de Palermo; término que hace referencia al reclutamiento, transporte, transferencia, albergue o recepción de personas, mediante la amenaza o el uso de la fuerza u otras formas de coerción, secuestro, fraude, engaño, abuso de poder o de una posición de vulnerabilidad o de dar o recibir pagos o beneficios para lograr el consentimiento de una persona que tiene control sobre otra persona, con fines de explotación. La explotación incluirá, como mínimo, la explotación de la prostitución de otros u otras formas de explotación sexual, trabajo o servicios forzados, esclavitud o prácticas similares a la esclavitud, la servidumbre o la extracción de órganos humanos.
La modalidad de trata de personas que más exposición tiene es la explotación sexual; pero existen otras modalidades que aunque no tienen tanta publicidad, es frecuente verla. El trabajo forzado, por ejemplo, es una modalidad que afecta principalmente a los hombres y niños, y es frecuente ver que sucede en campos agrícolas, servicio doméstico, minería, ladrilleras, procesamiento de alimentos, construcción. Se trata de personas que en ocasiones ni siquiera reciben un pago por el trabajo que realizan, y que se encuentran trabajando amenazadas o bajo engaños.
¿Cuáles son las modalidades de la trata de personas cuya incidencia es mayor en nuestro país? Actividades ilícitas para el crimen organizado: que es la obligación de comisión de delitos, niños que son entrenados y obligados a convertirse en sicarios desde muy temprana edad; infantes, adolescentes o personas adultas que son reclutadas en puntos de venta de droga para precisamente vender drogas en escuelas, bares o en la calle, son tan solo algunas de las posibilidades. La explotación sexual, trabajos forzados, servidumbre, extracción de órganos y mendicidad forzada también son modalidades con alta incidencia.
¿Quiénes pueden ser víctimas de trata de personas? CUALQUIER persona. Y no exagero cuando digo y repito: CUALQUIER persona. Y, no obstante, es vital tener presente quiénes están en una situación de mayor vulnerabilidad ante la comisión de este delito: niñas, niños y adolescentes, sobre todo si tienen fácil acceso a dispositivos móviles y/o si constantemente las personas adultas responsables comparten información personal (estudios, viajes, gustos, citas médicas y un largo etcétera); niñas, niños y adolescentes en tránsito, y en general, personas con situación migratoria irregular. Si bien el delito de tráfico de personas no necesariamente implica la comisión del delito de trata de personas, su alta vulnerabilidad los convierte en blanco fácil del crimen organizado, pues las personas migrantes no solo no tienen aquí redes de apoyo, y viajan con lo mínimo necesario lo que habla de las grandes necesidades que enfrentan, sino que también tienen miedo de acercarse a cualquier elemento de las fuerzas de seguridad para denunciar un delito, pues el mayor temor es ser deportados a su lugar de origen, o bien detenidos (arbitraria e indefinidamente). Mencionó Diana Damián en el interesantísimo programa que tuvimos el pasado 04 de julio en Rostros de la Trata: no son caravanas, son éxodos de pobreza, y en México le tenemos miedo al pobre y lo que significa según nuestras creencias: robo, delito, pérdida de oportunidades; porque al migrante blanco, al migrante rico, a ese lo recibimos con los brazos abiertos. Y le facilitamos su estancia firmando convenios con Airnb, y estas últimas son palabras mías.
¿Cómo cuidarse? No confíes en cualquier persona, menos si esa persona está detrás de una pantalla; no compartas información demasiado personal en redes donde no tienes control de quién puede estar enterándose, con escrupuloso detalle, de tus miedos y sueños más profundos. Sí, las redes sociales nacieron con ese fin, ciertamente… sin embargo, vale hacer un replanteamiento de cómo nos comportamos y qué tanto estamos vulnerándonos al compartir un universo de información que tan solo facilita el camino a los criminales, y que nos aleja más de una verdadera reflexión.
En un podcast en el que participé hace unos meses, mencioné que la actual administración federal nos está quedando a deber mucho no solo en el combate de este delito, sino también en su prevención. Igual que nos quedó a deber la administración pasada, y aunque no quiero sonar pesimista, estoy segura de que también nos quedará a deber la administración que viene, da lo mismo el color y su plataforma política. ¿Por qué? Porque a los tomadores de decisión, a los que participan en la construcción de la agenda política, y, sobre todo, a quienes asignan el recurso, no les interesa el tema. Y quien quiera desmentir, que me muestre el diagnóstico que ya se realizó para tener claridad del número de personas que ha sido víctima de este delito, los programas que se están poniendo en marcha para revertir la cifra, y el presupuesto asignado a esos programas. Nada. No hay nada de lo anterior.
El próximo 30 de julio se conmemorará, como cada año se hace desde el 2014, el Día Mundial contra la Trata. Y seguramente veremos carteles o videos de distintas personalidades de igualmente diferentes instancias oficiales diciendo que es un delito grave, gravísimo, que lo que viven las víctimas es triste, tristísimo; pero lo que no escucharemos, será el escaso, escasísimo, número de sentencias por este delito, ni las acciones que se están tomando para detener este delito. Porque pintas en las bardas, anuncios en los comerciales y pegatinas en las terminales de autobús no es una acción en sí misma, ni basta para combatir el demonio de mil cabezas que resulta ser la trata de personas.
En otro importantísimo programa que tuvimos en Rostros de la Trata el pasado 18 de julio con Óscar Montiel Torres, creador de la teoría del sistema proxeneta, habló de lo trascendental que resulta la comunicación en las familias para poder construir un espacio seguro para sus integrantes. Necesitamos fortalecer los lazos de nuestra comunidad, para que el crimen organizado tenga la puerta de acceso cada vez más difícil, pero es importante empezar por nuestra casa, por los más cercanos, por aquellos que en situación de mayor vulnerabilidad se encuentran: padre, madre que me lees, ¿cuándo fue la última vez que le dijiste un te amo a tu hija o a tu hijo?; ¿cuándo fue la última vez que esas palabras las demostraste con hechos?
Para construir una mejor sociedad, todos los días cuentan.