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Reflexiones sobre la violencia de género

Por: Leticia del Rocío Hernández

No sé cómo empezar a contar esta historia que se escapa de mis manos y que quisiera que también se escapara de mi memoria. 

Y es que no a cualquiera le puedes contar que has sido víctima de violencia de género, a veces ni siquiera a quienes tienen la obligación de escucharte, atenderte y defenderte. Porque así sucede en las sociedades machistas, donde el pacto patriarcal no es parte de una consigna feminista sino una realidad que te golpea la cara y el corazón, allá por donde te asomes. 

Y cuando te animas a contarlo, de cinco personas a las que les cuentes, habrá al menos una que ponga en duda la magnitud de lo que dices que estás viviendo, porque eres fuerte, o tal vez feminista, y a lo mejor cuentes con una trayectoria tal que hace cuestionar esa supuesta debilidad con la que te exhibes; porque cómo es posible que no te diste cuenta antes, porque a poco no viste las señales antes, porque cómo fue que a ti, entre todas las mujeres, a ti justamente se te pudo escapar darte cuenta que tenías frente a tus ojos a un hombre cuyas violencias eran evidentes.

Ni hablar si decides contárselo a tu amigo, o al vecino del amigo de tu amigo, porque antes o después, soltará una de estas frases: «algo le has de haber hecho para que él actuara de esa manera»; «un hombre solo reacciona así cuando quiere mucho a la mujer»; «seguramente fuiste infiel, así cualquiera reacciona de esa manera»; «es difícil saber qué estaba pensando él cuando decidió actuar así, pero tú sí pudiste haber reaccionado de manera diferente; «es que pobre, ¿no ves que está sufriendo mucho y no encuentra la forma de acercarse a ti?»… Y la lista de justificaciones con las que se pretende exculpar al agresor e invalidar el dicho de la agredida es tan larga como se pueda imaginar, porque sobran los pretextos para justificar lo injustificable.

Las circunstancias personales de la mujer que sufre la agresión son determinantes para la forma en que a partir de ese momento retome las riendas de su vida, se someta a la agresión o logre escaparse de ella después de vivir algo muy parecido al infierno. Y lo mejor que podríamos hacer como sociedad, como amigas, como familiares, como personas que leemos la nota en redes sociales o nos asomamos al video de Tik Tok, es evitar juzgar las decisiones de la mujer en cuestión, evitarlo a toda costa. Yo sé que es muy fácil hacerlo, y que cada uno, desde nuestra pantalla, nos sentimos con el derecho a opinar y, por supuesto, a juzgar; sin embargo, es urgente que nos demos cuenta de que los juicios personales nada positivo abonan a una mujer que siente que no encuentra la puerta de salida, que se sabe lastimada, y que quizá aún se siente vulnerable, expuesta y, curioso, aislada, sola… no importa si tiene toda una tribu detrás suyo, esa sensación de soledad, de sentir que a nadie más le importa lo que estás viviendo y que es mejor callarte cada una de tus dudas y temores, es una sensación que de repente te asalta en la fila del supermercado, o cuando estás atravesando la avenida. 

¿Puede empeorar esta situación? De mil formas distintas, cualquier día de la semana. Y no solo porque la violencia machista se diversifica y con ello las formas de ejercer violencia, sino también porque vivimos en un país donde, por un lado, el crimen organizado tiene sus propias leyes y las hace extensivas y aplicables para las y los ciudadanos que no forman parte de él, y, por otro lado, tenemos autoridades permisivas con esta situación, por decir lo menos. Y entonces, la posibilidad de presentar una denuncia o de acercarse a una autoridad parece poco segura, inviable… 

Quizá en este momento se encuentre junto a ti una amiga, una sobrina política, o una mujer de la que nada conoces, pero que muy probablemente forme parte del 70% de mujeres que ha sufrido algún tipo de violencia de género. ¿Qué hacer para cambiar la estadística? ¿Es posible hacerlo?

Insisto en la creencia de lograrlo, en la urgente necesidad de empezar a hacerlo. Cada acción suma, todas las reflexiones, todos los días también cuentan. 

*Inspirado en un testimonio real. 

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