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Historias perdidas

Por: Leticia del Rocío Hernández.

Soy norteña y crecí en el norte, así que mis referencias musicales (y también mis gustos) están ineludiblemente influenciados por los Tigres del Norte y los Invasores de Nuevo León, qué le vamos a hacer. Y aunque estoy consciente de que cada vez resulta menos frecuente escribir cartas a mano, cuando alguien me suelta un comentario casual donde se resalta que dejé en visto un mensaje, o que me tardo días, semanas o meses para contestar, es inevitable que suene a lo lejos (de mi cabeza, desde luego) la famosa frase: «… te escribí una carta y no me contestaste…». Y quisiera responder que espero no estar pagando como algunas pagan mal; pero, sobre todo, que las estrellas brillen, de día y de noche, para aquella persona a quien, sin duda, afecta en mayor o menor medida un mensaje dejado en visto. Aunque, para ser sincera, también quisiera responder que la métrica del tiempo para mí es algo, digamos, relativo. 

Relativo porque cuando me doy cuenta de que ya es julio y que el día de mañana es agosto, me sorprende la idea de pensar que entre la última Navidad y el día de hoy ya pasaron casi 8 meses, y si me tardo reflexionando sobre esto, el siguiente pensamiento será sorprendido por la música regional del supermercado que anuncia la llegada de las llamadas Fiestas Patrias. ¿Cómo fue que pasó agosto sin darme cuenta? Y no es que no haga nada, quizá es porque hago mucho que no alcanzo a percatarme del ineludible paso del tiempo…

No hace mucho, di por casualidad con la entrevista al autor de un libro que desearía fuera el parteaguas de muchas personas que conozco… si les apeteciera leer de vez en cuando algo distinto a lo que aparece en sus aparatos móviles. El libro se llama El valor de la atención, y el autor es Johann Hari; y sin ánimo de adelantar ninguna parte del texto, debo decir que esta lectura me ha invitado a replantearme lo que durante toda mi vida ha sido una característica aparentemente incuestionable: que soy muy distraída. ¿Lo soy? ¿O será que soy el resultado de una agenda imposible de cubrir? ¿O bien, no será que mi cerebro busca distintos mecanismos para concentrarse en una única cosa, porque sabe que el multitasking no le viene bien, no es sano para mí ni funcional para las actividades que realice? 

Y entonces me acuerdo: soy escritora. Y dependo de que la gente me conozca para que me lea. Y el conocerme implica que me asome a sus redes sociales con distinto contenido para que me conozca, lo que va a generar comentarios y likes. Y viene a mi mente lo que dice el libro, que esas aplicaciones adiestran a nuestras mentes a desear recompensas frecuentes, lo que provoca que después el mundo real se sienta tan distinto del virtual. Lo que a su vez provoca que tengamos frecuentemente en las manos el teléfono móvil interrumpiendo trabajo, conversaciones y descanso para sentir ese subidón que provoca un like más. Y el análisis resulta más crudo cuando en el centro de este no está un adulto, sino un niño, cualquier niño que tenga acceso no solo a un dispositivo móvil, sino a una cuenta en cualquiera de las redes sociales. Nunca como en esos momentos de reflexión extraño la suave textura de las cartas escritas a mano. 

En fin, que como soy escritora, entonces necesito generar contenido para estar presente, así que ahí voy, a publicar una foto, un comentario, la nota, una canción. Y después, a lo demás: perder un tiempo determinado gracias al funcionamiento del algoritmo y mi falta de concentración y constancia para estar en el aquí y el ahora, para después seguir con la actividad, una tras otra, que la cotidianeidad demanda. Y ojalá en cualquiera de esos momentos, logre acercarme a una pluma, revisar un texto que sea propio… porque, ¿sí dije que soy escritora? ¿A dónde irán a parar todas las historias que comienzo a escribir en mi cabeza mientras lavo, uno a uno, platos, vasos, cuchillos, tenedores y unas cuantas cucharas? ¿Quién cobijará a los personajes que acudieron a mi memoria para ser descritos, rescatados, presentados y abrazados, si hay días en que no logro describir ni mis emociones ni el entorno que me rodea, mucho menos rescatarme del olvido en que me coloco por necesidad, por atender lo prioritario que parece que nunca soy yo? 

¿Quién más se siente en una situación similar, en la que los cuidados y crianza gobiernan los días, y el algoritmo gobierna el tiempo? ¿Cómo lograremos poner un alto a esa bola de nieve que crece, según parece, peligrosamente? 

Necesitamos ocuparnos de lo importante, y lo importante, generalmente, es de carne y hueso: empezando por ti, por tus necesidades y tus sueños. Hazlo hoy, empieza a hacerlo… hoy, mañana, todos los días cuentan.

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